Capítulo 9 - La puerta







El Secreto
de
Pipo

Capítulo 9 - La puerta

de Anita Walker Moon

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La luna se movió muy despacio dejando caer su plateado perfil sobre el balcón. El ruido del mar se escuchaba a lo lejos y la brisa se colaba por el balcón abierto alborotando sus cansados y felices corazones. María, Pipo y Flu, acurrucados en el sofá, dormían.

No podría deciros cuánto tiempo pasó desde que Pipo saltó al mundo real de la mano de María hasta ese momento. No sé si fue mucho o poco. Creo que ni Pipo, ni María, ni Flu lo saben. Sólo sé que fue un tiempo mágico, un tiempo maravillosamente intenso, y que por eso es imposible medirlo.

María se despertó sobresaltada con los ladridos de Flu. Abrió los ojos sintiendo la pesadez de los párpados y la resaca del sueño en su cabeza. Escuchó ruidos. Un sonido de llaves, como unas campanillas, se escapaban de la cerradura de casa. ¿Dónde estaba? ¿Qué hora sería?

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Entonces se agolparon en su cabeza, desordenados, todos los momentos de la noche. Recordó a Pipo saltando de la pantalla empapado de las babas de Flu, sus chapoteos en la bañera, la lección de baile en el salón, las estrellas con nombres exóticos y extranjeros, el festín de medianoche...

Todo se agolpó en la cabeza de María haciéndole sonreír y mareándola de cansancio y emoción. ¿Dónde estaba Pipo? Miró a su alrededor, pero Pipo había desparecido, se había esfumado como por arte de magia. ¿Habría sido todo un sueño?

El chirrido de la puerta y los pasos le sobresaltaron desatando su corazón. Escuchó voces a lo lejos. Luego, poco a poco, el volumen fue subiendo hasta que, de pronto, sin apenas darse cuenta de cómo había sido, se encontró frente a frente con todos ellos.

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- ¡María! ­ exclamó su madre sorprendida -. ¿Qué haces aquí despierta todavía?

El salón estaba hecho un desastre: sus muñecos estaban repartidos por todos lados, había manchas en casi todas las baldosas del suelo, las cristaleras del balcón estaban entreabiertas y...

¡María casi se muere del susto! Allí detrás de las cristaleras, en el balcón, estaba Pipo agazapado mirándoles con los ojos redondos como dos "cederroms".

- Pero, ¿qué has estado haciendo? ­ preguntó su padre poniendo cara de "esto-no-me-gusta-nada".

María pensó por un momento si contar la verdad. Luego vio a su hermana escondiendo una sonrisa detrás de su manga y se dio cuenta de que no merecía la pena. Nadie le iba a creer. Y

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si encontraban a Pipo allí, seguro que le reñirían y que armarían una buena buscando a la familia de Pipo.

María pensó por un momento si contar la verdad. Luego vio a su hermana escondiendo una sonrisa detrás de su manga y se dio cuenta de que no merecía la pena. Nadie le iba a creer. Y si encontraban a Pipo allí, seguro que le reñirían y que armarían una buena buscando a la familia de Pipo.

María resolvió que nadie debía enterarse, tenía que hacer lo posible porque ni sus padres ni Cloti ni la abuela vieran a Pipo y, luego, ayudarle a regresar a su mundo: el ordenador. Le daba mucha pena. Pero María se consoló pensando que si Pipo había salido una vez, podría hacerlo muchas más.

Cloti seguía tapándose la boca con la manga. Y eso no era una buena señal.

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-¡Buf! - se dijo María mirando de reojo a Pipo escondido en el balcón-, ¡qué tarea tan difícil!

Flu saludaba a su familia con una energía sorprendente. En uno de sus saltos casi tira a la abuela que se tambaleaba ya bastante ella solita. María arrugó mucho la nariz: temía que Flu delatase el escondite de Pipo.

Entonces, Cloti hizo lo peor que podía haber hecho. Cloti dijo:

-Flu no debería estar aquí. Debería estar atado en la terraza.

- ¡No! ­ gritó María sin ocurrírsele decir nada mejor.

- ¡A la cama, María, ahora mismo! ­ le ordenó su madre muy enfadada-. Mañana ya hablaremos de todo esto. Vamos, Cloti, ata a Flu y luego, tú también a tu cuarto.

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- ¡No! ­ gritó María de nuevo. Flu miraba a la niña y luego a la madre y luego otra vez a la niña, como si estuviese en un partido de tenis.

- ¿Se puede saber qué te pasa? ­ le preguntó el padre muy enojado. Sus carrillos empezaban a ponerse rojos y unas gotitas de sudor le caían por la frente. Justo lo que le solía ocurrir cuando se enojaba muchísimo.

- ¡Quiero llevarlo yo! ­ lloriqueó María-. Flu, ven aquí. ¡Yo lo llevo!

- ¡No! ­ gritó Cloti ­ ¡Lo llevo yo!

- ¡No, yo! ­ insistió María.

Las dos niñas se enzarzaron en una discusión. Estaban tan ocupadas peleando que ninguna de las dos se dio cuenta de que Flu, él solo, se había escabullido entre las piernas de todos y estaba ahora recostado en el balcón

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Observaba desde allí con sus ojos negros y redondos la escena familiar. Pipo, a su lado, se escondía en la penumbra de la noche con el corazón encogido por el susto.

María corrió hasta el balcón y lo cerró de golpe. Luego apoyó la espalda contra la cristalera y miró a sus padres con una sonrisa de triunfo.

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