Capítulo 8 - El banquete







El Secreto
de
Pipo

Capítulo 8 - El banquete

de Anita Walker Moon

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María abrió la nevera. Se darían un festín. Un festín en honor a aquel maravilloso y sorprendente invitado. Aquel amigo, Pipo, con el que estaba descubriendo todas las cosas como si antes hubiese pasado de puntillas sobre todas ellas.

Sacó la mermelada de fresa, la de ciruela, las chocolatinas, refrescos de limón y de naranja, quesitos, frutas, almendradas y muchas otras cosas

Flu se relamía entre ellos dejando caer gotitas de baba. Pipo acarició su cabeza y los tres se desparramaron sobre el suelo de la cocina abriendo botes y untando en pan y galletas todo lo que se les ocurría.

- ¡Mmmmm! ­ exclamó Pipo con la boca llena -. Esto se pega al paladar y se espesa, pero también se deshace y... ­ tragó de un golpe la enorme onza de chocolate que se había metido en la

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boca -. ¡Y está buenísimo!

- Deberías probar las gominolas y el regaliz ­dijo María masticando una galleta repleta de mermelada.

Flu se entretenía con el salchichón que María había sacado para él. Aquello era un festín y Flu también se merecía su ración.

- ¡Qué buena es la vida aquí! ­ decía Pipo metiéndose un enorme pedazo de pan con quesitos y mermelada de fresa en la boca.

- Pero no siempre es así ­ aseguró María masticando feliz-. A veces hay que hacer cosas que no apetecen. Para poder crecer y eso. Si siempre haces lo que quieres, te quedas enano y te sale rabo.

- Allí dentro, también hay cosas buenas ­ dijo Pipo -. Yo puedo viajar tan rápido

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como la velocidad de la luz y estar aquí y allí a la vez.

- ¡Qué guay! Si yo pudiera, estaría en los columpios y en la playa a la vez..

- Y hay cosas mejores. Por ejemplo, conozco muchos niños de muchos países diferentes. Y eso está muy bien, aprendo mucho con ellos. Y, además, me cuentan sus problemas. Bueno, ellos no lo saben, porque yo sólo les miro, pero a veces también les ayudo.

- ¿Y qué más puedes hacer? - preguntó María mordisqueando una galleta.

- Pues también puedo montar en un "cederrom" y viajar así tan pancho.

- ¿Viajar en un "cederrom"?

- Sí, es muy divertido, porque en realidad el "cederrom" es una cama.

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- ¡Una cama!

- Yo duermo con Cuca, mi hermana ¿sabes? Y nos llevan de acá para allá y nosotros tan a gusto.

- ¿Puedo ir contigo allí dentro? ­ preguntó María que le empezaba a fascinar el mundo virtual de Pipo.

- No sé - contestó Pipo -. Yo no sabía que podía salir. A lo mejor sí..

Y se volvió a meter un pedazo de pan, esta vez con chocolate y plátano.

Pipo y María estuvieron conversando alegremente hasta que sus barrigas empezaron a quejarse y sus ojos se achicaron de sueño. Se fueron al salón y se tumbaron sobre el sofá. Flu les siguió y, de un salto, se recostó al lado de María.

Los dos niños resoplaban, cansados.

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- Oye ­ dijo Pipo arrugando la frente mientras se palpaba la barriga-, tengo una cosa aquí dentro que gira y ¡ay! hace como pum y luego pam.

- Pues para ser un niño que sabe tanto te expresas muy mal ­ se rió María. Luego puso cara de enfermera y anunció -. Eso es una indigestión de caballo.

- Querrás decir de niño­ le corrigió Pipo.

- No, de caballo. A ver, deja que te examine.

María se puso de rodillas en el sofá y palpó la barriga de Pipo.

- ¡Ay! ­ gritó Pipo.

- Lo sabía, estás fatal ­ aseguró María muy seria. Un pequeño brillo de travesura cruzó sus ojos como un relámpago.

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-Este lado no está muy bien. Veamos por aquí.

Los dedos de María empezaron a moverse vertiginosos por el costado de Pipo. "Y por este lado... y aquel de allí...", repetía María una y otra vez, mientras sus manos saltaban de un sitio a otro sobre el cuerpo de Pipo..

Pipo comenzó sintiendo una especie de hormigueo que acabó convirtiéndose en un ataque de risa. Los dedos de María le hacían reír tanto que casi no se podía aguantar.

- Ja, ja, ja, pero ¿qué -ja, ja- haces? ¿quieres estarte ­ji, ji- quieta?

- ¡Cosquillas, cosquillas! ¡Esto son cosquillas! ­ gritaba María alegremente.

- A ¿sí?, pues ahora verás ­ amenazó Pipo.

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Pipo se levantó y atacó a María moviendo sus dedos como ella y María sí que no pudo contenerse la risa. ¡Tenía unas cosquillas de morirse!

Flu empezó a saltar entre ellos moviendo sus patas; él también quería participar en el juego. Los niños y el perro estuvieron luchando un buen rato entre risas, hasta que el cansancio les hizo caer rendidos de nuevo en el sofá. Flu se abrió hueco entre ellos y se recostó regalándoles el calor de su piel y su respiración mullida.

Los párpados se les caían de sueño y tenían los ojos enrojecidos y excitados. Así que María y Pipo, en mitad de un pestañeo, se quedaron profundamente dormidos.

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