Capítulo 2 - La familia, la abuela, el perro y...el ordenador







El Secreto
de
Pipo

Capítulo 2 - La familia, la abuela, el perro y...el ordenador

de Anita Walker Moon

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En aquella isla el verano era una estación de mucho calor. El mar se volvía más perezoso que nunca y arrastraba su agua cristalina repleta de tesoros, algas y bañistas. Las casas se llenaban de veraneantes bulliciosos y en el paseo se vendían trajes de colores, flotadores hinchables y helados. La familia de María había alquilado una casita blanca frente al mar. Y allí se habían ido todos. Y con ellos el perro, la abuela y el ordenador.

El día de la partida, su padre, con un agudo y sonoro silbido, les había ordenado que se montaran en el coche. Y se montaron por este orden: primero su hermana Cloti -la mayor y más lista de las dos-, luego las hamacas de playa, después su madre con gafas de sol y un pañuelo azul sobre la cabeza, luego las maletas con los cubos, las palas y los

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bañadores, después Flu, el perro sin raza que restregaba su cola por las narices de todos, luego la abuela con su radio a todo volumen y su audífono y, por último, María. Y encima de todos ellos, lo más importante: el ordenador.

Parecía que el coche iba a reventar. Las ruedas bajaron hasta casi conseguir arrastrar la barriga del auto por el suelo. Pero aguantó. El coche con todos dentro se subió a un barco y, después de un viaje a través del mar, en el que vieron miles de gaviotas y hasta un delfín, llegaron a la isla verde y olorosa.

Cuando su madre abrió la puerta de la casita blanca frente al mar que habían alquilado, Cloti y María se declararon la guerra. Echaron a correr por toda la casa para poder elegir la mejor habitación.

- ¡Mía! ­ gritó Cloti cuando encontró la habitación más grande. Como tenía las

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piernas mucho más largas que María, había llegado antes que ella. Cloti se lanzó sobre la cama y miró a su hermana con cara de pocos amigos.

-¡No puedes estar aquí, éste es mi cuarto!

Así que a María no le quedó más remedio que conformarse con una habitación mucho más pequeña que daba al norte.

Desde allí no se veía el mar, aunque sí que se escuchaba. El verano no había empezado muy bien. Y los malos principios no suelen traer nada bueno. Y el verano de María se complicó. Y se complicó porque sus padres se empeñaron en poner el ordenador en el salón y a ella delante del ordenador.

-¡Tienes que repasar! Deberías tomar ejemplo de Cloti -dijo su madre-. Este año has estado un poco floja en

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matemáticas y no quiero que el año que viene vuelva a ocurrir.

María arrugó mucho la nariz; porque María arrugaba mucho la nariz cuando algo le disgustaba. Luego miró por la cristalera del balcón el mar. Las playas de la isla eran blancas y ruidosas. Muchos niños manoteaban en el agua, otros corrían descalzos por la orilla y a María le entraron muchas ganas de bañarse.

- Cuando acabes, podrás bajar a la playa ­ añadió su madre.

Y así una mañana y otra.

Y por eso María, aquel verano, estaba más enfurruñada que los demás. Todos los días, veía cómo Cloti salía con la toalla a la espalda y el flotador bajo el brazo, mientras ella se tenía que sentar frente al ordenador.

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Pero María tenía su propia receta para vencer al aburrimiento. Una receta llamada Pipo. Cuando todos se iban, María quitaba del ordenador los terribles programas de matemáticas y ponía su "cederrom", el "cederrom" de Pipo. Con Pipo, María también aprendía, pero se lo pasaba mucho mejor. Era un divertido niño de dibujos animados que le enseñaba matemáticas, pero también juegos y muchas otras cosas. Era como un amigo más, sólo que en dibujos.

María se quedó mirando mucho a Pipo con la cabeza apoyada en su mano.

- ¡Me encanta tu gorra! - dijo.

Y Pipo sonrió. ¿Sonrió? Bueno, eso le pareció a María.

- Yo quiero una gorra igual para ir a la playa - añadió.

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Luego arrugó mucho la nariz. Ella no podía ir a la playa hasta que no acabara los deberes.

- ¡Jo, vaya verano! - se quejó resoplando.

Y es que María aún no sabía que aquel verano iba a ser el más sorprendente y mágico de su vida. Ni si quiera Pipo lo sabía. Por eso Pipo miró a María con los ojos grandes y las cejas inclinadas.

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