Capítulo 12 - La gorra







El Secreto
de
Pipo

Capítulo 12 - La gorra

de Anita Walker Moon

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- ¡TRES! ­ gritó María.

En ese momento, su padre entró en el salón. Miró a la niña perplejo y se rascó la cabeza. Flu salió de debajo del sillón y meneó la cola, pero un nuevo relámpago le hizo retroceder a su escondite. María miró a su padre y luego al ordenador. Pipo aparecía sonriente y en dibujo sobre la pantalla.

El padre de María arrugó mucho la frente y los labios. Luego dijo en voz baja:

- María, ¿qué pasa? Deberías estar durmiendo. Vaya guerra que nos estás dando esta noche. ¡Venga, a la cama ahora mismo!

Su padre bostezó ruidosamente. Parecía más cansado que enfadado.

María volvió a mirar a la pantalla. Pipo seguía en su inmóvil existencia de

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dibujo. Pero algo diferente a otras veces llamó la atención de la niña. ¡Pipo no llevaba su famosa gorra roja y blanca!

"La ha perdido", pensó María. "¡Menos mal que allá dentro tendrá todas las que quiera!"

- María, ¿quieres apagar ese cacharro y volver a la cama inmediatamente?- dijo el padre sin poder ocultar que se estaba poniendo nervioso.

La niña acercó su mano al botón de apagado. "Adiós", susurró mientras lo apretaba. Y justo antes de que la pantalla se convirtiera en un cuadrado gris y mudo, pudo ver a Pipo cerrando uno de sus ojos hasta convertirlo en un pequeño y diminuto trazo. ¡Pipo le había guiñado un ojo!

María sonrió. Miró hacia su padre y, sin poder ocultar la curva de sus labios, le

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dijo:

- Ha sido por la tormenta, papá. Ya sabes el miedo que tiene Flu a los truenos.

- ¡Ya! ­ contestó el padre, incrédulo - ¿Y por eso has encendido el ordenador?

María se puso un poco colorada.

- Bueno- añadió su padre condescendiente y medio dormido -, dejaremos a Flu que por esta noche duerma aquí. Pero que no se entere tu madre, ¿eh? ¡Vamos, Flu, sal de ahí!

Flu salió un poco temeroso aún de debajo del sillón, pero su rabo daba muestras de alegría y agradecimiento.

El padre de María se acercó al balcón para cerrar las puertas.

- ¿Qué es esto? ­ preguntó mientras se

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agachaba y recogía algo del suelo del balcón.

El padre alargó el brazo y mostró a la niña una tela roja y blanca que agitaba en el aire: ¡La gorra de Pipo!

- ¡Es mía!¡ - gritó María con una alegría inmensa.

- ¿Tuya? ­ preguntó su padre mientras encajaba la gorra en la menuda cabeza de su hija.

- Sí ­ dijo la niña satisfecha y feliz -. ¡Me la regaló un amigo!

Su padre se encogió de hombros y acarició la cabeza de María.

- ¡Y ahora a la cama, hija, es tardísimo!

Padre e hija salieron del salón.

- Papá, ¿a qué no sabes cómo se puede

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saber si una tormenta está lejos o cerca?

El padre negó con la cabeza. El sueño se enlazaba en sus pupilas y la mano caía suavemente sobre el hombro de la niña. Caminaban despacio por el pasillo. María, en camisón y con la gorra puesta, habló sin parar hasta que llegaron a la puerta de su habitación.

-...trescientos cincuenta metros cada segundo, así que...

- ¡Buenas noches! ­ le interrumpió su padre dándole un beso, sin que pareciera que entendiese ni jota de lo que María explicaba.

- ¡Buenas noches!

María se acostó en su cama sin quitarse la gorra. La abuela se dio media vuelta y dejó caer su brazo sobre el cuerpo de la niña. María sonrió, luego cerró los

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ojos. La magia de aquella noche le hacía gusanillos en el estómago.

Poco a poco, María, sin apenas darse cuenta, fue deslizándose en el mundo de los sueños. La respiración de su abuela o el mar, no sabía muy bien, fue lo último que oyó.

Pipo, un amigo de verdad, se había colado para siempre en su corazón.

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