El Secreto
de
Pipo
Tomo I
de Anita Walker Moon
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EL SECRETO DE PIPO
Índice
SOY PIPO
Hola. Soy Pipo. Sí, yo, Pipo. Casi todo el mundo cree que vivo dentro del ordenador. O del "cederrom". Otros saben que el "cederrom" es el vehículo que me lleva a cada ordenador. Al tuyo, por ejemplo.
También me ven en el club, el Pipo Club, y piensan: míralo, del "cederrom" al ordenador, del ordenador al club... ¡Qué vida tan aburrida debe llevar! Pero poca gente, muy poca, conoce mi secreto.
No sé cómo, pero Anita se ha enterado. Anita Walker Moon. De ella nadie sabe nada. Pero nada de nada. Ni dónde vive, ni cómo es, ni cuantos años tiene.... No lo sé ni yo, que, modestia aparte, sé un montón de cosas.
Lo único que puedo decir es que Anita me ve, y que seguramente te ve a ti. Lo
- 4 -digo porque todo lo que te va a contar ahora, es verdad. Supongo que se acabó mi secreto, pero qué se le va a hacer. Ahora lo vas a saber tú también.
Da igual, nadie se lo va a creer. Haz la prueba cuando acabes de leer el libro. Por más que digas lo que vas a saber cuando leas lo que ha escrito Anita Walker-Moon, no te van a hacer caso. Te dirán que es un cuento. Me alegro. Así seguirá siendo, en parte, un secreto.
Un secreto entre Pipo, o sea, yo, Anita Walker Moon, y tú.
EL SECRETO DE PIPO
Anita Walker Moon
- 5 -LA FAMILIA, LA ABUELA, EL PERRO... Y EL ORDENADOR
En aquella isla el verano era una estación de mucho calor. El mar se volvía más perezoso que nunca y arrastraba su agua cristalina repleta de tesoros, algas y bañistas. Las casas se llenaban de veraneantes bulliciosos y en el paseo se vendían trajes de colores, flotadores hinchables y helados. La familia de María había alquilado una casita blanca frente al mar. Y allí se habían ido todos. Y con ellos el perro, la abuela y el ordenador.
El día de la partida, su padre, con un agudo y sonoro silbido, les había ordenado que se montaran en el coche. Y se montaron por este orden: primero su hermana Cloti -la mayor y más lista de las dos-, luego las hamacas de playa, después su madre con gafas de sol y un pañuelo azul sobre la cabeza, luego las maletas con los cubos, las palas y los
- 6 -bañadores, después Flu, el perro sin raza que restregaba su cola por las narices de todos, luego la abuela con su radio a todo volumen y su audífono y, por último, María. Y encima de todos ellos, lo más importante: el ordenador.
Parecía que el coche iba a reventar. Las ruedas bajaron hasta casi conseguir arrastrar la barriga del auto por el suelo. Pero aguantó. El coche con todos dentro se subió a un barco y, después de un viaje a través del mar, en el que vieron miles de gaviotas y hasta un delfín, llegaron a la isla verde y olorosa.
Cuando su madre abrió la puerta de la casita blanca frente al mar que habían alquilado, Cloti y María se declararon la guerra. Echaron a correr por toda la casa para poder elegir la mejor habitación.
- ¡Mía! gritó Cloti cuando encontró la habitación más grande. Como tenía las
- 7 -piernas mucho más largas que María, había llegado antes que ella. Cloti se lanzó sobre la cama y miró a su hermana con cara de pocos amigos.
-¡No puedes estar aquí, éste es mi cuarto!
Así que a María no le quedó más remedio que conformarse con una habitación mucho más pequeña que daba al norte.
Desde allí no se veía el mar, aunque sí que se escuchaba. El verano no había empezado muy bien. Y los malos principios no suelen traer nada bueno. Y el verano de María se complicó. Y se complicó porque sus padres se empeñaron en poner el ordenador en el salón y a ella delante del ordenador.
-¡Tienes que repasar! Deberías tomar ejemplo de Cloti -dijo su madre-. Este año has estado un poco floja en
- 8 -matemáticas y no quiero que el año que viene vuelva a ocurrir.
María arrugó mucho la nariz; porque María arrugaba mucho la nariz cuando algo le disgustaba. Luego miró por la cristalera del balcón el mar. Las playas de la isla eran blancas y ruidosas. Muchos niños manoteaban en el agua, otros corrían descalzos por la orilla y a María le entraron muchas ganas de bañarse.
- Cuando acabes, podrás bajar a la playa añadió su madre.
Y así una mañana y otra.
Y por eso María, aquel verano, estaba más enfurruñada que los demás. Todos los días, veía cómo Cloti salía con la toalla a la espalda y el flotador bajo el brazo, mientras ella se tenía que sentar frente al ordenador.
- 9 -Pero María tenía su propia receta para vencer al aburrimiento. Una receta llamada Pipo. Cuando todos se iban, María quitaba del ordenador los terribles programas de matemáticas y ponía su "cederrom", el "cederrom" de Pipo. Con Pipo, María también aprendía, pero se lo pasaba mucho mejor. Era un divertido niño de dibujos animados que le enseñaba matemáticas, pero también juegos y muchas otras cosas. Era como un amigo más, sólo que en dibujos.
María se quedó mirando mucho a Pipo con la cabeza apoyada en su mano.
- ¡Me encanta tu gorra! - dijo.
Y Pipo sonrió. ¿Sonrió? Bueno, eso le pareció a María.
- Yo quiero una gorra igual para ir a la playa - añadió.
- 10 -Luego arrugó mucho la nariz. Ella no podía ir a la playa hasta que no acabara los deberes.
- ¡Jo, vaya verano! - se quejó resoplando.
Y es que María aún no sabía que aquel verano iba a ser el más sorprendente y mágico de su vida. Ni si quiera Pipo lo sabía. Por eso Pipo miró a María con los ojos grandes y las cejas inclinadas.
- 11 -¡HOLA, SOY PIPO!
El atardecer, en un pestañeo, puso todo el cielo patas arriba y de color rojo. El sol era una enorme bola anaranjada. "Si tuviese un exprimidor gigante" , pensó María, "podría hacerme un zumo de sol". Y casi se muere de la risa. A veces María tenía ideas así y a ella le hacían muchísima gracia.
Estaba sola en casa. Sus padres habían salido con la abuela y Cloti a cenar enormes helados a una terraza del paseo. Y luego se irían al cumpleaños de la tía Clotilde. La vieja tía Clotilde que vivía allí desde antes casi de que existiera la isla, cuando el mar todavía no se había vuelto perezoso y en el pueblo había pescadores y redes. Eso decía la tía Clotilde.
Como María era la más pequeña de la familia, no le dejaban trasnochar. Por eso se había quedado sola en casa. Por
- 12 -eso y porque, además, estaba castigada. Su madre había entrado de sorpresa en el salón aquella mañana.
- ¿Qué haces? le preguntó mirando el dibujo de Pipo en el ordenador -. ¿No estarás jugando en lugar de repasar? Si sólo es media hora al día. ¡María, por favor!
Sólo era media hora, sí, pero a María esa media hora se le hacía eterna y por eso acudía a Pipo. Pero su madre no lo entendió. Así que, sin más ni más, decidió en ese mismo instante castigarle. No podía salir de casa en todo el día y, además, se quedaría sin helado y sin el cumpleaños de la tía Clotilde. Y esto a María le pareció bien, porque no soportaba a la tía Clotilde. Era una vieja marimandona y sabidilla. María pensaba que su hermana, de mayor, sería igualita a la tía Clotilde. Una vieja marimandona y sabidilla.
- 13 -El sol metió una puntita del pie en el agua. Luego metió el otro pie. El mar deshacía sus rojos entre las olas. Poco a poco fue zambulléndose hasta que un último rayo quedó prendido del cielo. María vio las primeras estrellas sobre la sombra azul del firmamento. Olía a mar y una pequeña brisa se colaba por el balcón entreabierto del salón.
María se fue a la cocina y vio con horror el plato de verduras que su madre le había dejado para cenar. Hizo un remolino con el verde de las acelgas y el naranja de las zanahorias y lo tiró a la basura. Luego puso encima algunos papeles para que su madre no lo viera. ¡Comería chocolate, se hincharía a chocolate y haría una fiesta particular!
Puso música en el equipo del salón y bailó un rato agitando su delgado y fibroso cuerpo. Se metió chocolate en la boca hasta inflar sus carrillos y luego lo fue tragando sin dejar ni un pedazo.
- 14 -Cuando se cansó de bailar y comer chocolate, empezó a aburrirse. Una fiesta sin amigos no era muy divertida. Así que decidió tener invitados. Se fue a su cuarto y agarró todos sus muñecos, el flotador hinchable, que era un pato, y un par de fotos de un cantante muy guapo que tenía escondido en su álbum.. Desató a Flu, que estaba amarrado en el balcón, y Flu se lo agradeció moviendo el rabo alegremente a su alrededor.
- ¡Ya estamos todos! dijo María feliz.
Pero no, no estaban todos. Alguien faltaba. Faltaba Pipo. Y eso que Pipo era quien hacía más compañía a María por las mañanas. Pipo llegaba al ordenador y saludaba a María con su gorra roja y blanca y su peto azul y entonces las mañanas de María se hacían diferentes, se hacía másŠ no séŠ más... de otra manera.
- 15 -- ¿Cómo me habré olvidado de Pipo? se dijo María acordándose de repente.
La niña encendió el ordenador e introdujo un "cederrom". El risueño rostro de su amigo apareció en la pantalla.
- ¡Hola, soy Pipo!
- ¡Bienvenido a mi fiesta! gritó María y se puso a bailar agarrando al enorme oso de peluche que era su preferido.
María giraba y giraba en el salón con el oso entre los brazos. La música salía, rápida y saltarina, por los altavoces del equipo. Dejó el oso en el sofá y tomó una de las fotos del cantante.
- ¿Me concede este baile, caballero? dijo inclinando su cuerpo en una graciosa reverencia.
María estaba tan entretenida bailando
- 16 -con unos y otros, que no se dio cuenta de que Pipo le miraba desde el ordenador con un gesto triste en los ojos. Su redonda mirada giraba acompañando las piruetas de María.
Pero, ¿era realmente posible que Pipo la estuviese mirando a ella? Al fin y al cabo, Pipo sólo era un niño de dibujos animados. Y un niño de dibujos animados ni podía mirar de verdad ni podía estar triste.
¿O sí?
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